Hoy en Buenos Aires es un día gris. De esos que hacen pensar que el gris llegó para quedarse. Además, llueve. Y Bastante. Obviamente el clima invita a meterse en la cama y poner alguna película vieja, comer algún chocolate, definitivamente trabajar aparece como una tarea forzada en un clima así. Si el cielo descarga y se desinfla, ¿por qué uno debe permanecer concentrado y productivo, en lugar de desinflarse también y dejarse llevar por el sueño?
Sin respuesta para mi pregunta, la lluvia —en rigor, el olor a lluvia y el aire viciado, pesado, denso, que anuncian su llegada— me tomó por sorpresa saliendo de una delegación de la AFIP (esto es, la agencia de recaudación fiscal de la Argentina), cerca de Plaza Constitución (que es uno de los más importantes nudos de comunicaciones de la Ciudad y, también, uno de los barrios más sórdidos). Gris con gris, con más gris.
Sí, los avatares de la profesión me llevaron a presenciar la desintervención de documentación previamente secuestrada en un allanamiento (se llama desintervención a la apertura de cajas llenas de papelitos). Las hojas de cada carpeta o bloque, son numeradas correlativamente (foliadas) con un sello de la repartición; luego cada una de las miles de hojas es firmada por un funcionario, uno de los testigos presentes (incrédulos, claro) y el abogado que, en general, detecta algunas omisiones que son llenadas con sendos bises.
Hoy se terminó (suspendió, en rigor) medianamente temprano, habrá que volver, parece. Y en plena vuelta la lluvia se desató. Así que aquí estoy, en mi escritorio, viendo la 9 de julio mojada y los autos con luces encendidas en pleno día, que parece tarde-noche. Los pies algo húmedos y la sensación de hormigueo en la garganta, se alivianan con un mate amargo y caliente. Pero todavía hay que escribir y preparar la audiencia de mañana; no el post de hoy. Para colmo, está la certeza de que al volver a casa no habrá teléfono de línea (por la lluvia, claro, ya es un clásico), ni un humano al que explicarle que cada vez que llueve… En fin, disfruten del color que les toque por allá. A mi, pese a todo, este gris que exacerba los olores de fritanga de los bares de Constitución, que inunda los bajo baldosas, que retrotrae a Juan B. Justo a tiempos en que era el arroyo Maldonado, me gusta bastante (aunque me quite el telefóno).
Sin respuesta para mi pregunta, la lluvia —en rigor, el olor a lluvia y el aire viciado, pesado, denso, que anuncian su llegada— me tomó por sorpresa saliendo de una delegación de la AFIP (esto es, la agencia de recaudación fiscal de la Argentina), cerca de Plaza Constitución (que es uno de los más importantes nudos de comunicaciones de la Ciudad y, también, uno de los barrios más sórdidos). Gris con gris, con más gris.
Sí, los avatares de la profesión me llevaron a presenciar la desintervención de documentación previamente secuestrada en un allanamiento (se llama desintervención a la apertura de cajas llenas de papelitos). Las hojas de cada carpeta o bloque, son numeradas correlativamente (foliadas) con un sello de la repartición; luego cada una de las miles de hojas es firmada por un funcionario, uno de los testigos presentes (incrédulos, claro) y el abogado que, en general, detecta algunas omisiones que son llenadas con sendos bises.
Hoy se terminó (suspendió, en rigor) medianamente temprano, habrá que volver, parece. Y en plena vuelta la lluvia se desató. Así que aquí estoy, en mi escritorio, viendo la 9 de julio mojada y los autos con luces encendidas en pleno día, que parece tarde-noche. Los pies algo húmedos y la sensación de hormigueo en la garganta, se alivianan con un mate amargo y caliente. Pero todavía hay que escribir y preparar la audiencia de mañana; no el post de hoy. Para colmo, está la certeza de que al volver a casa no habrá teléfono de línea (por la lluvia, claro, ya es un clásico), ni un humano al que explicarle que cada vez que llueve… En fin, disfruten del color que les toque por allá. A mi, pese a todo, este gris que exacerba los olores de fritanga de los bares de Constitución, que inunda los bajo baldosas, que retrotrae a Juan B. Justo a tiempos en que era el arroyo Maldonado, me gusta bastante (aunque me quite el telefóno).
2 comentarios:
La lluvia es algo tan loco. Acá en invierno hasta se extraña. Pueden pasar dos meses (enero y febrero, especificamente) sin que tengamos una lluvia como la gente. O nada, o nieva. Pero está demasiado frío para lluvia. A veces cae aguanieve, o rain mix como lo llaman acá. Pero no es lo mismo. Tampoco huele a lluvia. En realidad, por dos meses no huele a nada... tampoco es que tu nariz funcione cuando hacen -15 grados. Ni que estés queriendo que llueva...
esa es mi ciudad! sí, señor. me encantó, me sentí como si mirara una ventana y reconstruí perfectamente el espacio.
Hoy el día acá fue celeste, ni una nube en el cielo. Creo que fue el primer día desde que llegué que estuvo cristalino. Cuando salí por la mañana y caminaba las calles -sí, ahora voy caminando a todos lado y no deja de asombrarme- me di cuenta que extrañaba estos cielos celestes, perfectos aunque el sol no caliente igual. No calienta igual, sabían? No. Pero tenemos una estupenda mecedora en el living que en días como el de hoy me gusta quedarme frita* -"quedarse sopa" acá- con los vidrios de las ventanas cerrados por el frío pero con el sol pleno en el cuerpo. Ahí se siente igual que allá.
*lo empezó a hacer J y me copié.
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