alfajor en falta: un blog pensado para hacer de la distancia algo virtual.

31 de marzo de 2009

La ansiedad, la tensión, la espera

que se acumula inevitablemente desde el momento en que comprás el pasaje para ir a Bs As. Una sensación bien difícil de describir. Más bien, una mezcla de sensaciones. Si hay algo seguro en todo esto, es que no es una sensación sola. Ni la misma mezcla todo el tiempo. A veces es simplemente ganas de estar allá, a veces (muchas) es la melancolía de saber que no estás más. Otras es intriga, o hasta miedo de lo que vas a encontrarte. Porque nunca encontrás a Bs As dos veces igual. Cambia demasiado. La ciudad cambia, la economía cambia, nosotros cambiamos. Y esta vez se hizo larga la espera. Cómo estarán todos por allá? En mi cabeza, claro, están exactamente igual que como los dejé en enero de 2008. Porque el mundo no continúa si yo no estoy, no? Todo se congela hasta el momento en que yo vuelvo.
Y cuando vuelvo, me entero de que no, que Bs As siguió bien tranquilita su vida y casi ni supo de mi ausencia. Y ahí te preguntás que mierda hacés ausente.

16 de marzo de 2009

Muerte de un emigrado

Tragar se hacía cuesta arriba. El trozo de pollo asado se presentaba al paladar como un desafío denso, macizo, inconmensurable. José trataba de centrar su vista en él, para no distraerse y, al fin, acabarlo. Desde luego, no lo hacía por gusto, ni, tampoco, para mejorar su salud, como le prometía, falsa e irritantemente, la enfermera. Lo hacía porque a sus 80 y tantos seguía teniendo cierta disposición a cumplir con las normas impuestas, por más estúpidas que fueran. Y la regla en cuestión ordenaba comer lo servido. Ni por un momento se detuvo a pensar si el hecho de haberse tenido que adaptar a las reglas de un país extraño contribuyó a formar ese carácter. Sólo reparaba en su pollo, seco, insípido y pequeño (y sin embargo, también, interminable). Pensó, sí, aunque vagamente, en aquellas comidas que alguna vez lo reconfortaban; inmediatamente, lo inundó una sensación amarga: esos placeres eran cosa del pasado. Un pasado muerto y seco, como su pollo. Un pasado en el que nunca fue feliz, añorando algo que no supo precisar ni, mucho menos, conseguir. Su rutina cansina, y adaptada a nuevas costumbres, lo conformó. Al fin y al cabo, la felicidad no existe. Y encontraba la explicación en el hecho de que la gente no valiese la pena. El hombre era un animal desagradable, se auto-decía. La gente de acá no vale la pena, estaba convencido. La de allá tampoco lo vale, también se convenció (pensar que con los años, su gente se convirtió en un conjunto de extraños). En definitiva, siempre estamos solos, reflexionaba. En lo trascendente estamos solos. Y así, sólo, entre burócratas de la seguridad social, con un dolor cuyo origen no supo precisar, José murió (sin acatar la última orden recibida).

4 de marzo de 2009

De vasitos de papel y otras formas de ver el mundo

Hace tiempo que elaboré esta teoría. Por su puesto, tomando un café una tarde de domingo con frío. Una teoría un tanto deprimente, sí, pero no más que un domingo con frío.
El barcito está bastante lindo. Estándar de estética americana, pero bien. Arriba del promedio. Un barcito con bastantes mesas y muy concurrido porque es el único de un pueblito que surgió alrededor de una de esas universidades que tienen acá en el medio de la nada. Acá, si querés un café, o se lo pedís a alguien en un mostrador o te lo servís vos mismo y después vas a la caja a pagarlo. Si te mandás directo a una mesa, nadie va a venir a preguntarte qué querés (tal vez, venga alguien a echarte porque no se puede estar sin consumir). Como yo en general me pido un “espresso” (si pido café, me dan un vaso gigante de café de filtro aguado), me mando directo al mostrador. Pago, y me llevo el café a la mesa. Eficiente, sí, pero no deja de ser un garrón. Qué querés, a mí me gusta sentarme y que alguien venga a preguntarme qué quiero, que para eso lo pago, el café. Independientemente de qué tan bien puesto esté el bolichito, la tacita en la que te sirven el famoso “espresso” es de papel. Y en eso es en lo que me puse a pensar, en esa mesita de un bar de un pueblo perdido en el medio de Massachusetts, al lado de la universidad. Pobre Bibi, me tuvo que escuchar discurrir por media hora.
Nadie, pero NADIE, se pregunta por qué vasitos de papel en lugar de tacitas de café como corresponde. Como un café requiere. Te juro, pueden jactarse de tener cafés de todos lados del mundo. Cafés orgánicos, “fair trade” (que es un excelente tema para otro post, recordámelo si no lo hago), keniatas, colombianos, javaneses, en serio, lo que se te ocurra lo tienen. Y se la dan de gourmet, para colmo. Te pueden decir que es el mejor café del planeta (y no lo voy a discutir, las comparaciones con el Bonafide recién molido son odiosas), pero te lo dan en un vasito de papel. Y no tienen la más puta idea de por qué está tan mal hacerlo. No saben siquiera que está mal. No saben que se puede gozar mucho más del café con un mínimo de ceremonia. Aunque el café sea más berreta. Y te juro que trato de acostumbrarme, de amalgamarme, de incorporarme un poquito en la cultura que me rodea, así me siento un poquito menos extraño, pero es difícil, che. Con algunas cosas es muy difícil. Con nuestra cultura del café como un símbolo de tantas cosas al mismo tiempo, ¿cómo podés aceptar un vasito de papel? Todos sabemos que es lo único que se pareció a la vieja de Discépolo; ¿te la imaginás con vasitos de papel?
Pero, como siempre, me voy por las ramas. Volvamos al tema: el problema no es en realidad que te sirven el café en vasitos de papel. El problema es que no saben que es mucho mejor servirlos en una tacita. Y me puse a pensar en eso y terminé aceptando que en este país, el vasito de papel era realmente la única posibilidad. Si mirás como viven, te vas a dar cuenta que no tiene sentido perder el tiempo con tacitas de cerámica ¿Para qué? Así es como viven. De una manera muy práctica, muy eficiente. Si ves las casas es lo mismo. Podés pisar una mansión de 300 o 400 m2 que puede costar arriba de 1 palo verde y la sensación es la misma. Las paredes son de cartón. Mirás fijo a los muebles de la cocina y se desarman. Vas a un restaurant donde te matan 50-80 dólares por cabeza la cena (sin vino) y las plantas son de plástico. Es así. Y tratando de entender por qué, poco a poco llegué a la conclusión de que todos los pequeños detalles que hacen al entorno han perdido toda importancia. Sobre todo, aquello que da idea de continuidad, de estabilidad, de arraigo, es lo que más sufre. Como si se hubiera erradicado todo aquello que tiende a retenerte en tu lugar.
Y no debería ser sorprendente. Este es un país en el que la gente se muda cada 4-5 años. No de barrio, sino de ciudad, de estado. La gente consigue un trabajo un poco mejor pago en la otra punta del país y no duda en dejar todo e irse ¿Quién va a querer construir una casa de ladrillos si quizás en unos pocos años la tenga que vender para irse por un laburo? Pero el problema no se acaba ahí. Uno puede aceptar el café en vasitos de papel o casas de cartón y madera corrugada. Pero lo mismo pasa con las amistades. Con la familia. La gente no genera un vínculo duradero, real, profundo. Y eso tiene un motivo. La gente no lo genera porque es muy probable que ese vínculo se rompa en poco tiempo, porque uno o u otro se manda a mudar lejos, vaya uno a saber a dónde. Es preferible una mascota, que te la podés llevar. Un vínculo fuerte es un motivo de arraigo, y eso contraría la idea de éxito laboral al disminuir el incentivo a mudarse por un sueldo mejor. No creo que sea algo consciente, sino más bien una tendencia presente desde hace mucho tiempo, que gradualmente destruyó todo un aspecto de la concepción del mundo por parte del americano medio. Por ahí empezó con pequeñas cosas y con los años, gradualmente, fue evolucionando hacia lo que es ahora. Son tantas cosas las que uno puede identificar, los vasitos de papel, la calidad de la construcción, el cuero de los zapatos, los muebles, las plantas de plástico, las mascotas chiquitas.
Y más aún, es un todo que genera un estado de ánimo particular. La gente se concentra en el objetivo, olvidándose del resto. Parece que no, pero creo que está relacionado: Cuando la gente va a comer a un restaurant, la gente va a comer. El objetivo principal es la cena. Y eso es algo que me tomó un par de años entender. Vos sabés como es para nosotros: la gente va a juntarse en un lugar donde se come. El objetivo no es la cena, sino juntarse. Claro, comiendo bien siempre es mejor. Acá lo vés todo el tiempo: 1) el grupo llega bastante puntual, todos de distintos puntos y cada uno en un auto; 2) se juntan en la mesa que claramente estaba reservada desde hace varios días; 3) se saludan, y charlan 2-3 minutos antes de ver detalladamente el menú; 4) piden, y charlan un rato mientras esperan la comida; 5) la comida llega, en general después de una espera bastante corta; 6) se come, con distintos grados de charla, dependiendo del grupo; 7) se pide la cuenta y se paga, en general cada uno lo que consumió, no se divide; 8) la gente se despide y se va cada uno por su lado. Sin estirar la charla, sin sobremesas, sin cafecitos en otro lado. No es que siempre sea así, por supuesto, pero es una descripción de una reunión normal. Lo mismo pasa en las casas. Acá hay hora de llegada y hora de salida de las fiestas. Y se es puntual con ambas. Y cuando es una reunión, sin hora especificada de salida, la gente se va en masa después del postre. Lo único que hace falta es que se levante el primero, para iniciar una salida global. Te juro, se van TODOS. Al mismo tiempo. Increíble, pero es así.
En estas cosas pensaba ese domingo frío en el único café de Williamstown, MA. Seguramente la idea fue mutando en mi cabeza, porque creo que es inclusive del invierno (boreal) pasado. Por ahí me mande con una segunda parte, para decir todo lo que en realidad quise decir y no dije. Desarraigo, desinterés por ciertos detalles, incapacidad de generar lazos afectivos duraderos, diferencias fundamentales en el objetivo principal de una actividad social, como juntarse a cenar o tomar un café. Todo parte de un mismo fenómeno y que un día pensé que podía ser simbolizado por un café en un vasito de papel.

Ale