alfajor en falta: un blog pensado para hacer de la distancia algo virtual.

29 de julio de 2009

Un chivo

Aquí, en Buenos Aires, desde donde escribo, se utiliza la palabra chivo con, al menos, tres significados distintos. En primer lugar, claro, para aludir a las cabras de poca edad. En segundo lugar, supongo que precisamente por el olor de las cabras, se denomina chivo a las emanaciones poco agraciadas de los seres humanos, fundamentalmente las que se desprenden de sus axilas, producto de la transpiración. Nada de lo dicho hasta aquí tiene relevancia para lo que quiero transmitir. Sí lo tiene el tercer significado que le conozco al término "chivo", me refiero a la mención, no paga -al menos no de modo oficial-, que desliza quien tiene acceso a un medio de comunicación. Ejemplo: un actor es invitado a una entrevista, contesta preguntas y mete un chivo, o sea, anuncia que actualmente puede ser visto en la obra Tal, que se exhibe en el Teatro Cual, los días X e Y a la hora Z. Claro está, lo puede hacer de un modo más o menos sutil. Puede, como quien no quiere la cosa, decir -"justamente, hablando de espacios grandes el teatro Cual es tan grande que exige elevar significativamente el tono de voz, y ello actualmente me exige un gran esfuerzo ya que allí estamos haciendo la obra Tal los días X e Y". O puede, como yo ahora, sin disimulo, decirles que inicié un blog con historias de trenes (bueno, por ahora una sola, pero habrá mas) y que los conmino a entrar, bajo apercibimiento de retarlos a duelo.
 
w w w · g u s a n o s m e t a l i c o s · b l o g s p o t · c o m

PD: El que no deje mensaje se queda sin alfajor.

17 de julio de 2009

Posesiones

Ambos tenían poco, muy poco.
Gregorio algo más que Irupé. Tenía un departamento sucio y desmantelado, en un edificio decadente que, en otros tiempos, mereció un poco mejor suerte. Tenía una ventana, con vista a una cúpula “belle epoque”, como escuchó, hace tiempo, que alguien la llamó —hoy, no es más que un palomar roñoso—. Tenía un abogado que, en principio por poco dinero, y más recientemente sólo por inercia, venía dilatando, con más suerte que buena técnica, un desalojo anunciado. Tenía una magra subvención por discapacidad, aunque, bien visto, lo suyo era olvido, desidia, resignación, pero no discapacidad. Tenía el recuerdo de la llegada al puerto, del frío en el hotel de inmigrantes, de la maldita peste, de los tiempos de rebusques, de los fracasos amorosos.
Irupé tenía menos. Menos edad (mucha menos). No tenía recuerdos de viajes, porque nació acá, después de que su madre llegara añorando alguna posibilidad (tampoco tenía recuerdos de su madre). Tenía una cama compartida (al menos) con un medio hermano, en una pieza que no miraba a ningún lado. Tenía alguien que, a su modo, se ocupaba de ella, llevándola hasta la esquina frente a la cúpula y custodiando que nadie robara su recaudación. Tenía un castigo si el día era malo, aunque ella se esforzara en dar lástima y rogara. También tenía el bocado modesto que, desde hace un tiempo, Gregorio le alcanzaba todos los mediodías. Daba una sonrisa y un tímido gracias a cambio, lo que debería haber sido inventariado, previamente, entre los bienes de Gregorio.
Un día Gregorio no la vio. Al día siguiente tampoco. Así, pasaron nueve días. Gregorio que ya no soñaba nada, soñó. Había un camino cubierto de hielo. Un cartel caído. Un viento que aturdía y perforaba. Cerca, pero inalcanzable, un fuego que se alejaba. Alguien golpeaba su cuerpo, pero no era visible.
Nada tenía sentido en su sueño. Ya nada tenía ninguno de ellos.

6 de julio de 2009

No emigrar

Algunos huyen de los horrores de la guerra. Otros siguen un amor. Hay quienes dejan atrás una familia conflictiva. Están los que ven en otra orilla la chance de aprovechar sus mentes o sus cuerpos mejor que en la suya o, simplemente, la chance de comer.

Y están quienes no se van.

Hubo un día en el que pude haber emigrado, pero no lo hice. No fui yo quien decidió desestimar esa posibilidad. Para ese entonces, tenía la edad que ahora tiene mi hija que, aunque ríe mucho, no comprende acabadamente las minucias de la vida adulta.
Yo no decidí, no comprendía y, aunque no recuerdo, tengo la sensación de haber reído poco entonces.
Aquello que se, lo escuché después. Se que de muy chico pude haber ido a Uruguay, y que un poco más grande a Europa. Que mi madre había hecho las averiguaciones necesarias y podía iniciar las gestiones. Que quería que mi padre sea puesto en libertad para que todos pudiésemos vivir juntos. Se también que fue mi padre el que, a su tiempo, rechazó cada una de las posibilidades de salir y se encerró en su negativa.
Luego, el consabido golpe, el endurecimiento de la represión y el fin de la opción de emigrar para las personas presas a disposición del Poder Ejecutivo.
Así que nunca emigré. Aprendí a vivir con mi madre y mis abuelas, a hablar únicamente el castellano (aunque para decir poco), a entender que algo grave podía pasar en cualquier momento, a desconfiar.
Nada grave sucedió (entendiendo por grave, estrictamente, desaparición o muerte).
Así que, más adelante, mi padre volvió. Y vivimos juntos por algún tiempo. Nunca le pregunté por qué prefirió no emigrar. Prácticamente, no le pregunté nada. Tampoco a mi madre.
No obstante, una vez, mi padre dijo que él prefería ser un ejemplo para su hijo y, eventualmente, morir por sus ideales, que renunciar a ellos.
Creo que esa disyuntiva, así planteada, es falaz. Puedo argumentar solidamente sobre la imposibilidad de concretar ese ideal, cuestionar que se trate de una renuncia el hecho de asegurarse a supervivencia, etc. Pero no quiero hacerlo. Sólo dejo escapar, un poquito, la bronca de quien, sin comprender las minucias de la vida adulta, sabía que quería que lo cuidaran con el cuerpo, día a día, en lugar de que le dejaran magnánimas enseñanzas.