alfajor en falta: un blog pensado para hacer de la distancia algo virtual.

29 de julio de 2009

Un chivo

Aquí, en Buenos Aires, desde donde escribo, se utiliza la palabra chivo con, al menos, tres significados distintos. En primer lugar, claro, para aludir a las cabras de poca edad. En segundo lugar, supongo que precisamente por el olor de las cabras, se denomina chivo a las emanaciones poco agraciadas de los seres humanos, fundamentalmente las que se desprenden de sus axilas, producto de la transpiración. Nada de lo dicho hasta aquí tiene relevancia para lo que quiero transmitir. Sí lo tiene el tercer significado que le conozco al término "chivo", me refiero a la mención, no paga -al menos no de modo oficial-, que desliza quien tiene acceso a un medio de comunicación. Ejemplo: un actor es invitado a una entrevista, contesta preguntas y mete un chivo, o sea, anuncia que actualmente puede ser visto en la obra Tal, que se exhibe en el Teatro Cual, los días X e Y a la hora Z. Claro está, lo puede hacer de un modo más o menos sutil. Puede, como quien no quiere la cosa, decir -"justamente, hablando de espacios grandes el teatro Cual es tan grande que exige elevar significativamente el tono de voz, y ello actualmente me exige un gran esfuerzo ya que allí estamos haciendo la obra Tal los días X e Y". O puede, como yo ahora, sin disimulo, decirles que inicié un blog con historias de trenes (bueno, por ahora una sola, pero habrá mas) y que los conmino a entrar, bajo apercibimiento de retarlos a duelo.
 
w w w · g u s a n o s m e t a l i c o s · b l o g s p o t · c o m

PD: El que no deje mensaje se queda sin alfajor.

17 de julio de 2009

Posesiones

Ambos tenían poco, muy poco.
Gregorio algo más que Irupé. Tenía un departamento sucio y desmantelado, en un edificio decadente que, en otros tiempos, mereció un poco mejor suerte. Tenía una ventana, con vista a una cúpula “belle epoque”, como escuchó, hace tiempo, que alguien la llamó —hoy, no es más que un palomar roñoso—. Tenía un abogado que, en principio por poco dinero, y más recientemente sólo por inercia, venía dilatando, con más suerte que buena técnica, un desalojo anunciado. Tenía una magra subvención por discapacidad, aunque, bien visto, lo suyo era olvido, desidia, resignación, pero no discapacidad. Tenía el recuerdo de la llegada al puerto, del frío en el hotel de inmigrantes, de la maldita peste, de los tiempos de rebusques, de los fracasos amorosos.
Irupé tenía menos. Menos edad (mucha menos). No tenía recuerdos de viajes, porque nació acá, después de que su madre llegara añorando alguna posibilidad (tampoco tenía recuerdos de su madre). Tenía una cama compartida (al menos) con un medio hermano, en una pieza que no miraba a ningún lado. Tenía alguien que, a su modo, se ocupaba de ella, llevándola hasta la esquina frente a la cúpula y custodiando que nadie robara su recaudación. Tenía un castigo si el día era malo, aunque ella se esforzara en dar lástima y rogara. También tenía el bocado modesto que, desde hace un tiempo, Gregorio le alcanzaba todos los mediodías. Daba una sonrisa y un tímido gracias a cambio, lo que debería haber sido inventariado, previamente, entre los bienes de Gregorio.
Un día Gregorio no la vio. Al día siguiente tampoco. Así, pasaron nueve días. Gregorio que ya no soñaba nada, soñó. Había un camino cubierto de hielo. Un cartel caído. Un viento que aturdía y perforaba. Cerca, pero inalcanzable, un fuego que se alejaba. Alguien golpeaba su cuerpo, pero no era visible.
Nada tenía sentido en su sueño. Ya nada tenía ninguno de ellos.

6 de julio de 2009

No emigrar

Algunos huyen de los horrores de la guerra. Otros siguen un amor. Hay quienes dejan atrás una familia conflictiva. Están los que ven en otra orilla la chance de aprovechar sus mentes o sus cuerpos mejor que en la suya o, simplemente, la chance de comer.

Y están quienes no se van.

Hubo un día en el que pude haber emigrado, pero no lo hice. No fui yo quien decidió desestimar esa posibilidad. Para ese entonces, tenía la edad que ahora tiene mi hija que, aunque ríe mucho, no comprende acabadamente las minucias de la vida adulta.
Yo no decidí, no comprendía y, aunque no recuerdo, tengo la sensación de haber reído poco entonces.
Aquello que se, lo escuché después. Se que de muy chico pude haber ido a Uruguay, y que un poco más grande a Europa. Que mi madre había hecho las averiguaciones necesarias y podía iniciar las gestiones. Que quería que mi padre sea puesto en libertad para que todos pudiésemos vivir juntos. Se también que fue mi padre el que, a su tiempo, rechazó cada una de las posibilidades de salir y se encerró en su negativa.
Luego, el consabido golpe, el endurecimiento de la represión y el fin de la opción de emigrar para las personas presas a disposición del Poder Ejecutivo.
Así que nunca emigré. Aprendí a vivir con mi madre y mis abuelas, a hablar únicamente el castellano (aunque para decir poco), a entender que algo grave podía pasar en cualquier momento, a desconfiar.
Nada grave sucedió (entendiendo por grave, estrictamente, desaparición o muerte).
Así que, más adelante, mi padre volvió. Y vivimos juntos por algún tiempo. Nunca le pregunté por qué prefirió no emigrar. Prácticamente, no le pregunté nada. Tampoco a mi madre.
No obstante, una vez, mi padre dijo que él prefería ser un ejemplo para su hijo y, eventualmente, morir por sus ideales, que renunciar a ellos.
Creo que esa disyuntiva, así planteada, es falaz. Puedo argumentar solidamente sobre la imposibilidad de concretar ese ideal, cuestionar que se trate de una renuncia el hecho de asegurarse a supervivencia, etc. Pero no quiero hacerlo. Sólo dejo escapar, un poquito, la bronca de quien, sin comprender las minucias de la vida adulta, sabía que quería que lo cuidaran con el cuerpo, día a día, en lugar de que le dejaran magnánimas enseñanzas.

25 de junio de 2009

Caramutti

Caramutti, llamado así incluso por sus amigos, es un tipo pragmático. Decidió emigrar, temporalmente, para luego volver a la Argentina, pero trayendo suficiente dinero como para mejorar sus condiciones. Sólo estaría afuera por dos años, en un sitio del que apenas tenía una referencia, eso sí con un contrato generoso. Su proyecto no podía fallar, era simple: guardar todo —o casi todo— el dinero que cobraría (además del sueldo, le proveían comida y alojamiento) y retornar con la bolsa llena, para dedicarse a algo —ya vería qué—, probablemente, en el sur del país.
Seguramente aquello a lo que se dedicaría a su vuelta no se vinculaba con la medicina. Caramutti, que no era ningún improvisado en la vida, tenía una inteligencia destacable y su educación formal conocía de títulos por encima del de grado. Su habilidad para diagnosticar a partir de meras imágenes, lo habían colocado en un sitio de razonable prestigio.
Igual no estaba satisfecho. Buscaba algo nuevo. Irse a este sitio significaba ganar de golpe (o, en rigor, en dos años de golpes) la friolera de medio palo verde, libre de impuestos. Cómo es posible esto? Parece que en el África, en un país de habla hispana —porque fue colonia española— existe actualmente un dictador, de esos sangrientos, que construyó un hospital, que no sería del Estado sino de él mismo, que tiene un convenio con otro Estado —más desarrollado— para becar a alguna gente (nadie en aquel país puede pagarlo) y ofrecerle novedosos tratamientos. Como ningún médico iría por algo más de lo que gana en su propio país, se ofrecen estas condiciones, una muy buena retribución y la vuelta en un plazo cercano. Dónde está el negocio del hospital? Who knows.
-debe ser un lugar donde experimentan con seres humanos, deben probar vacunas contra el HIV, y otras medicaciones, todo en forma clandestina! exclamó el ruso (al que sus amigos llamaban así —su apellido era más difícil de pronunciar que el del Caramutti), y sólo mereció un gesto de desaprobación.
A esa reflexión siguieron otros intentos de disuasión:
-ojo, no sea cosa que te hagan como a las chicas que traen engañadas del norte, te dicen que te pagan 100 y después te descuentan 98 por casa y comida.
–está todo incluido.
–bueno, puede haber sutiles cambios, quizá días antes de volverte te metan un escorpión en la habitación, no quede más suero en el hospital y aparezca un chamán que te lo vende por medio palo.
Nuevo gesto de desaprobación de Caramutti.
Finalmente, una amiga:
-no habrá mucha violencia, quizá no puedas salir a la calle.
Tras el mismo gesto, pero con más fastidio, Caramutti agregó:
–sí hay violencia, después de las seis de la tarde no se puede ir a ningún lado y antes de esa hora, sólo en el barrio protegido, que es donde está el hospital. Para moverse por los caminos, no son siquiera rutas, hay que saber con quién y cuándo, ahí veré, de última me quedo dos años en el barrio del hospital (por su forma de ser, esto era imposible, seguro saldría).
De todos modos, ningún argumento lo convencería de desistir. Y además, por qué sus amigos querrían que desistiera. Era buena plata, a Caramutti le gusta conocer lugares distintos y remotos, los riesgos podían ser mayores, pero era su decisión tomarlos.
Así que todos se convencieron de que su proyecto estaba muy bien, que lo extrañarían, pero que no dejara de aplicar, que seguro ganaría ¡con sus antecedentes!, que probablemente allá le ofrecieran millones para quedarse luego de salvar a un hijo del dictador, etc. etc.
Un mes más tarde, recibió un correo en el que le agradecían haber aplicado. Por el momento los cupos están llenos. Pero lo mantendrán informado sobre nuevas convocatorias. Caramutti, por ahora, sigue aquí.

5 de junio de 2009

banner plan

Internet permite divagar o, según se vea, distraerse. Quizá permita cambiar la vida.
Lo cierto es que Lucio estaba harto de ingresar los datos sobre el detergente concentrado, que había recabado algún joven estudiante de algo, encuestando a una señora entrada en años y, luego, volcado poco prolijamente en una planilla estándar.
Como casi todas las jornadas, Lucio se quejaba, para sí, de esa característica falta de prolijidad de los jóvenes de hoy, y recordaba que en sus inicios en la consultora, cuando aún estudiaba, él era mucho más detallista y meticuloso que los jóvenes de ahora; su letra era legible, su ortografía rayana en el ideal, y encomiable su habilidad para no salirse de los casilleros preestablecidos.
Además de quejarse, Lucio, como casi todas las jornadas, tejía hipótesis conspirativas, clasificando las encuestas en tres categorías, las genuinas, las falsas y las mixtas (estas últimas, una rareza que le ocurría cuando se convencía de que ciertos formularios tenían un punto de inflexión entre el trabajo honesto y el llenado espurio). Con base en una adaptación libre de su propia experiencia, especulaba que ante una sugerencia más o menos explícita de alguno de los sujetos intervinientes en la encuesta, el joven estudiante y el ama de casa conocedora de detergentes se dedicaban a mejores menesteres. Según esa especulación, luego, el joven, completaba los casilleros pendientes de acuerdo a lo que él creía que su encuestada-encamada contestaría.
Volvamos. Internet permite divagar. Y si bien Lucio ya divagaba sin la internet, harto de la mentira del encuestador (al que nunca denunciaría ante su jefe, claro), se conectó a un diario on-line para ver qué titulares aparecían. Lucio es uno de los pocos privilegiados de la jerarquía intermedia que tiene acceso a la red en su terminal. Es que tantos años para la consultora no sólo le aseguran no ser despedido (su indemnización supera los meses por cobrar), también le dan este tipo de privilegios. En el Chat tiene 6 contactos con los que raramente tiene interés en conectarse. Prefiere el diario. Mientras miraba las noticias los banners lo distraían. Uno de ellos logró su cometido; vendían una casa en Junín de los Andes a la que accedía con sus pocos ahorros. No había más que pensar, en estos días tomaría parte de las abultadas vacaciones pendientes, en su casa alegaría un viaje de trabajo que, pese a no resultar creíble —nunca tuvo uno—, nadie cuestionará y se iría a Junín. Constatada la papelería de rigor, y el estado de la cabaña, la compraría tras un ligero regateo. En pocos meses, ni bien se jubile, se irá a vivir allí, con su jubilación y algún ingreso por el alquiler a turistas de los cuartos libres, llegaría a fin de mes. Sólo le fastidiaba tener que hablar con esa gente, pero era mejor que hacerlo con los suyos. El plan incluía el modo de fugarse, una pequeña venganza tal vez. Simplemente desaparecería, sin avisar nada a su mujer (reducida a involuntaria compañera de residencia), ni a sus hijos (que incluyen sendas nueras), con quienes sólo lo une la distancia. Lucio cargó a desgano lo que quedaba de encuesta, tomó el número de teléfono del aviso y se fue relativamente contento. Tenía un banner plan.

22 de mayo de 2009

Y volví a irme sin que me echen

Una y cincuenta y cuatro de la matina aca en NY. Escribiendo la secuela de un post que no tuvo repercusión. Versión 2009 de la misma soledad que les habrá invadido tantas veces a tantos emigrantes. Sin embargo, para ser sinceros, las vueltas se hacen cada vez menos difíciles. Será que con cada viaje uno se hace un poquito más duro.

Saber cómo me siento en Bs As y cómo me siento acá es parte importante de la pregunta que tenés todo el tiempo encima: ¿valió la pena haberse ido? (que no es otra que: ¿cómo estaría si me hubiera quedado?) Uno cree que al estar tanto tiempo lejos, uno se va a desacostumbrar al caos que siempre es Bs As. Pero no, uno no deja de ser porteño nunca, parece. Eso sí, el mapa me lo estoy olvidando. La de calles que me olvidé, que no recordaba el nombre, que no sabía sus alturas! A la inversa, como me aclimaté tan bien a Bs As (y con el agravante de unas largas vacaciones), pensé que al llegar de vuelta acá iba a estar totalmente descolocado. Pero no, tampoco. Llegue acá y como si nada. Parece que te sale un interruptor, un pituto en la nuca que te pone en el modo adecuado de inmediato. (Hace cuánto que no escuchan (leen) esa palabra, "pituto"?)
Cuando me hice la pregunta de cómo vería a Bs As después de dos semanas de estar allá, tenía miedo de la respuesta. De adorarla o de odiarla. Pero no. Ni me fui de allá corriendo porque no soportaba más, ni se me dió por empezar a pensar que es el único lugar en el mundo. Si alguien está leyendo esto buscando drama, la pifió de post.
...
Pasaron 2 días desde que guardé el borrador de este post. Lo acabo de releer y curiosamente coincido con una buena parte de lo que escribí hace ya 48 horas. Iba a continuarlo, pero ya que vengo usando el rótulo de shocks culturales para esta serie, voy a parar aca así dejo el lugar a otro post con la descripción de los hechos que presencié hoy mismo. Pero no sé si estoy todavía preparado para describirlos. Antes, tengo que entenderlos.

Saludos, se los extraña.

11 de mayo de 2009

un guaymallén

Este blog trata acerca de la distancia, de los traslados a regiones lejanas, de las costumbres de aquí y de allá, de los afectos y su mantenimiento y, también, en honor a su título, de alfajores. Alfajores que, como es sabido, y se ilustra en el blog, los hay de variadas formas, tamaños, rellenos, coberturas y precios. Quienes estamos anclados aquí, cada tanto, abrimos la boca para comer alguno. Y yo, anclado aquí, en la tierra de los alfajores, hace poco, abrí la boca y comí uno. Precisamente, un guaymallén, como indica el título. Fue una pequeña vuelta al guardapolvo blanco de escuela municipal, cuyo bolsillo lateral lo albergaba con justeza: parecía hecho a medida; los jorgito, en cambio, no calzaban con la precisión alemana que sí el guaymallén. Su sabor no desilusionó, quizá, por influencia de esa vuelta en el tiempo, que hace poco también experimenté con un biznike (galletita cubierta en chocolate a la que encontré en su denominación original y, también, rebautizado de un modo que, obviamente, no pude retener). Este tramo es aquél en el que valdría invitar al lector a hacer una apuesta acerca del precio del guaymallén en el mercado… mmmh no, perdió. En la estación de trenes de Retiro, y también en los quioscos aledaños, se consiguen por 50 centavos de peso, esto es, algo menos de 15 centavos de dólar americano, menos de medio pasaje de colectivo porteño (en su versión más barata). Una verdadera ganga. Por último, sugiero entrar en la web del alfajor-guaymallén.com.ar

29 de abril de 2009

El que se va sin que lo echen

Una vez más estoy por acá. Y una vez más tengo esa mezcla de sensaciones tan difícilmente explicable. Por supuesto, está principalemente la idea de llegar a casa, ni bien pisás Ezeiza (e inclusive antes, en la sala de preembarque de donde quieras que salgas, cuando ya tenés a esa montaña de argentinos esperando el avión). También está el recuerdo de cómo estaba Buenos Aires cuando te fuiste la vez anterior. Y con el recuerdo, las comparaciones con lo que te encontrás ahora (y, sobre todo, con lo que te esperabas encontrar). Evaluás las coincidencias y las sorpresas (buenas y malas) y te aclimatás siempre mucho más rápidamente de lo que esperabas. Unos pocos días y la sensación general es como si jamás te hubieras ido. Después quedan los detalles, los precios de algunas cosas (antes, por lo barato, ahora por lo caro), negocios que ya no existen, torres ya construidas donde antes no había nada, más torres construyéndose, etc. Y las calles cuyo nombre ya no me acuerdo.
¿Cuál será mi sensación en dos semanas más?

20 de abril de 2009

un deseo. una bienvenida

No lo despertó, como casi siempre ocurre, esa mecánica corporal que lo lleva a abrir los ojos unos minutos antes de las siete de la mañana, evitándole al reloj su programado desgarro sonoro. Lo despertó, en cambio, cierta ansiedad y, también, cierta alegría —no es común que se permita estar alegre, pero este día lo estaba—. Sus pasos sobre la alfombra de la habitación sonaron distintos, eran el eco de un caminar decidido y firme. Ya en el baño, dejó caer el agua caliente sobre su cuerpo por algunos minutos más que lo habitual, un pequeño lujo tras eliminar todo vestigio de transpiración. Es que las obligaciones habían quedado suspendidas, y la vuelta a ellas era imperceptible, tras el viaje que estaba por comenzar, y ya se disfrutaba.
El café, olía y sabía bien, como siempre, pero el contexto permitía disfrutarlo un poco más. Reparó, para su agrado, en los sonidos rutinarios: la cafetera chocando con la taza, la taza con el plato, el plato con la mesa; todo era un preludio armonioso.
También disfrutó del viaje hasta el avión que lo llevaría a destino. Condujo su auto al aeropuerto —según sus cálculos, convenía dejarlo estacionado allí que abonar por un servicio de remise— y la ruta se mostró apacible; antes, subirse y ponerlo en marcha aportaron lo suyo: el tablero azul, frente a la poca luz de una mañana que no se decidía a llegar, invitaba a jugar, podía ser un avión de guerra, una nave espacial, una auto de fórmula uno, o todo a la vez. Invitación aceptada. En el vuelo, disfrutó de la comida (lo que no es fácil), como si se tratara de la que sirven a quienes viajan en un asiento de primera, luego se acurrucó y durmió placidamente, sabía que en breve empezaría lo mejor.

16 de abril de 2009

La ilusión

Volveré a iniciar un relato, con el pasaje de un alimento por la garganta, sepan disculpar la reiteración. Es que he experimentado, hace instantes, una sensación que me provocó este vuelco al teclado (otrora pluma).
La cuestión es que, alguien, cuyo vínculo con mi jefe desconozco, lo vino a visitar. Por algún motivo (seguramente, vive en Perú, o fue de vacaciones allí), le trajo chocolates peruanos (de una fábrica cuyo website es: www.chocotejasdulciana.com.pe). Gentil, me convidó uno. Cordial, acepté. Fui a la cocina, coloqué digno café de filtro en una taza de loza (lógico, en estas latitudes), agua fría en una copa de vidrio y volví a sentarme frente a la compu para seguir con el trabajo y, a la vez, saborear el chocolate y el café.
El envoltorio era estándar para chocolates de free-shop, un envoltorio internacional (o global), podría decirse. Lo quité. Tomé el chocolate con la mano y lo mordí. Por algún motivo, las conexiones nerviosas llevaron al cerebro, en primer lugar, aquello que mis ojos vieron y, recién unos segundos más tarde, lo que mis papilas sintieron o saborearon.
Se veía un baño de chocolate, sobre una pasta (de apariencia también chocolatosa) que contenía unas nueces y algo parecido al dulce de leche. Sentí satisfacción. Mi cuerpo creó un sabor virtual, y yo ya podía percibirlo: auténtico chocolate, con nuestro dulce de leche y nueces. Era como cuando uno cierra los ojos y siente debajo (o arriba, según se prefiera) a Marcela Kloosterboer. En ese climax llegó lo que podríamos denominar la fase 1 del sabor (un ligero descontento). Es que, el chocolate no era lo que esperaba —no era un chocolate al gusto nuestro—, pero se podía comer. Algo más dulzón de lo ansiado, se parecía a chocolate barato de kiosco, con más grasa que cacao. Pero al cabo de unos instantes empezó a llegar la fase 2 del sabor. Lo que quienes hablan de vinos llaman, según recuerdo, “retrogusto”. El chocolate (o, a esta altura, diría “eso que comí”) ya estaba adentro. Y mi boca, vacía de sólidos, comenzó a experimentar un dejo de irritación, las nueces tomaron el gusto de flores marchitas, todo se inundó de un vaho a leche condensada, tan meloso y cursi como un disco de Luis Miguel. Hice, rapidamente, buches de café y agua, y pude, al menos, controlar la situación: vomitando la experiencia en este papel en lugar de hacer lo propio con el chocolate en el baño.
Ahora, me pregunto, será que es difícil hacer buenas cosas y que, en cambio, no lo es copiar sus formas, colores y consistencias. O será que el gusto propio de los ingredientes, por el agua del lugar, la altitud sobre el mar y vaya a saber que conjunto de cosas, hace irreproducible el sabor del terruño. En NYC, una vez, me pedí un helado, que de pinta era bueno, y su gusto era inexistente, era como comer la nada misma (lo cual, es menos malo que lo que me pasó hoy, claro). Quizá un yoni prueba un helado de acá y le empalaga, y añora el de su tienda de chico… que se yo.

31 de marzo de 2009

La ansiedad, la tensión, la espera

que se acumula inevitablemente desde el momento en que comprás el pasaje para ir a Bs As. Una sensación bien difícil de describir. Más bien, una mezcla de sensaciones. Si hay algo seguro en todo esto, es que no es una sensación sola. Ni la misma mezcla todo el tiempo. A veces es simplemente ganas de estar allá, a veces (muchas) es la melancolía de saber que no estás más. Otras es intriga, o hasta miedo de lo que vas a encontrarte. Porque nunca encontrás a Bs As dos veces igual. Cambia demasiado. La ciudad cambia, la economía cambia, nosotros cambiamos. Y esta vez se hizo larga la espera. Cómo estarán todos por allá? En mi cabeza, claro, están exactamente igual que como los dejé en enero de 2008. Porque el mundo no continúa si yo no estoy, no? Todo se congela hasta el momento en que yo vuelvo.
Y cuando vuelvo, me entero de que no, que Bs As siguió bien tranquilita su vida y casi ni supo de mi ausencia. Y ahí te preguntás que mierda hacés ausente.

16 de marzo de 2009

Muerte de un emigrado

Tragar se hacía cuesta arriba. El trozo de pollo asado se presentaba al paladar como un desafío denso, macizo, inconmensurable. José trataba de centrar su vista en él, para no distraerse y, al fin, acabarlo. Desde luego, no lo hacía por gusto, ni, tampoco, para mejorar su salud, como le prometía, falsa e irritantemente, la enfermera. Lo hacía porque a sus 80 y tantos seguía teniendo cierta disposición a cumplir con las normas impuestas, por más estúpidas que fueran. Y la regla en cuestión ordenaba comer lo servido. Ni por un momento se detuvo a pensar si el hecho de haberse tenido que adaptar a las reglas de un país extraño contribuyó a formar ese carácter. Sólo reparaba en su pollo, seco, insípido y pequeño (y sin embargo, también, interminable). Pensó, sí, aunque vagamente, en aquellas comidas que alguna vez lo reconfortaban; inmediatamente, lo inundó una sensación amarga: esos placeres eran cosa del pasado. Un pasado muerto y seco, como su pollo. Un pasado en el que nunca fue feliz, añorando algo que no supo precisar ni, mucho menos, conseguir. Su rutina cansina, y adaptada a nuevas costumbres, lo conformó. Al fin y al cabo, la felicidad no existe. Y encontraba la explicación en el hecho de que la gente no valiese la pena. El hombre era un animal desagradable, se auto-decía. La gente de acá no vale la pena, estaba convencido. La de allá tampoco lo vale, también se convenció (pensar que con los años, su gente se convirtió en un conjunto de extraños). En definitiva, siempre estamos solos, reflexionaba. En lo trascendente estamos solos. Y así, sólo, entre burócratas de la seguridad social, con un dolor cuyo origen no supo precisar, José murió (sin acatar la última orden recibida).

4 de marzo de 2009

De vasitos de papel y otras formas de ver el mundo

Hace tiempo que elaboré esta teoría. Por su puesto, tomando un café una tarde de domingo con frío. Una teoría un tanto deprimente, sí, pero no más que un domingo con frío.
El barcito está bastante lindo. Estándar de estética americana, pero bien. Arriba del promedio. Un barcito con bastantes mesas y muy concurrido porque es el único de un pueblito que surgió alrededor de una de esas universidades que tienen acá en el medio de la nada. Acá, si querés un café, o se lo pedís a alguien en un mostrador o te lo servís vos mismo y después vas a la caja a pagarlo. Si te mandás directo a una mesa, nadie va a venir a preguntarte qué querés (tal vez, venga alguien a echarte porque no se puede estar sin consumir). Como yo en general me pido un “espresso” (si pido café, me dan un vaso gigante de café de filtro aguado), me mando directo al mostrador. Pago, y me llevo el café a la mesa. Eficiente, sí, pero no deja de ser un garrón. Qué querés, a mí me gusta sentarme y que alguien venga a preguntarme qué quiero, que para eso lo pago, el café. Independientemente de qué tan bien puesto esté el bolichito, la tacita en la que te sirven el famoso “espresso” es de papel. Y en eso es en lo que me puse a pensar, en esa mesita de un bar de un pueblo perdido en el medio de Massachusetts, al lado de la universidad. Pobre Bibi, me tuvo que escuchar discurrir por media hora.
Nadie, pero NADIE, se pregunta por qué vasitos de papel en lugar de tacitas de café como corresponde. Como un café requiere. Te juro, pueden jactarse de tener cafés de todos lados del mundo. Cafés orgánicos, “fair trade” (que es un excelente tema para otro post, recordámelo si no lo hago), keniatas, colombianos, javaneses, en serio, lo que se te ocurra lo tienen. Y se la dan de gourmet, para colmo. Te pueden decir que es el mejor café del planeta (y no lo voy a discutir, las comparaciones con el Bonafide recién molido son odiosas), pero te lo dan en un vasito de papel. Y no tienen la más puta idea de por qué está tan mal hacerlo. No saben siquiera que está mal. No saben que se puede gozar mucho más del café con un mínimo de ceremonia. Aunque el café sea más berreta. Y te juro que trato de acostumbrarme, de amalgamarme, de incorporarme un poquito en la cultura que me rodea, así me siento un poquito menos extraño, pero es difícil, che. Con algunas cosas es muy difícil. Con nuestra cultura del café como un símbolo de tantas cosas al mismo tiempo, ¿cómo podés aceptar un vasito de papel? Todos sabemos que es lo único que se pareció a la vieja de Discépolo; ¿te la imaginás con vasitos de papel?
Pero, como siempre, me voy por las ramas. Volvamos al tema: el problema no es en realidad que te sirven el café en vasitos de papel. El problema es que no saben que es mucho mejor servirlos en una tacita. Y me puse a pensar en eso y terminé aceptando que en este país, el vasito de papel era realmente la única posibilidad. Si mirás como viven, te vas a dar cuenta que no tiene sentido perder el tiempo con tacitas de cerámica ¿Para qué? Así es como viven. De una manera muy práctica, muy eficiente. Si ves las casas es lo mismo. Podés pisar una mansión de 300 o 400 m2 que puede costar arriba de 1 palo verde y la sensación es la misma. Las paredes son de cartón. Mirás fijo a los muebles de la cocina y se desarman. Vas a un restaurant donde te matan 50-80 dólares por cabeza la cena (sin vino) y las plantas son de plástico. Es así. Y tratando de entender por qué, poco a poco llegué a la conclusión de que todos los pequeños detalles que hacen al entorno han perdido toda importancia. Sobre todo, aquello que da idea de continuidad, de estabilidad, de arraigo, es lo que más sufre. Como si se hubiera erradicado todo aquello que tiende a retenerte en tu lugar.
Y no debería ser sorprendente. Este es un país en el que la gente se muda cada 4-5 años. No de barrio, sino de ciudad, de estado. La gente consigue un trabajo un poco mejor pago en la otra punta del país y no duda en dejar todo e irse ¿Quién va a querer construir una casa de ladrillos si quizás en unos pocos años la tenga que vender para irse por un laburo? Pero el problema no se acaba ahí. Uno puede aceptar el café en vasitos de papel o casas de cartón y madera corrugada. Pero lo mismo pasa con las amistades. Con la familia. La gente no genera un vínculo duradero, real, profundo. Y eso tiene un motivo. La gente no lo genera porque es muy probable que ese vínculo se rompa en poco tiempo, porque uno o u otro se manda a mudar lejos, vaya uno a saber a dónde. Es preferible una mascota, que te la podés llevar. Un vínculo fuerte es un motivo de arraigo, y eso contraría la idea de éxito laboral al disminuir el incentivo a mudarse por un sueldo mejor. No creo que sea algo consciente, sino más bien una tendencia presente desde hace mucho tiempo, que gradualmente destruyó todo un aspecto de la concepción del mundo por parte del americano medio. Por ahí empezó con pequeñas cosas y con los años, gradualmente, fue evolucionando hacia lo que es ahora. Son tantas cosas las que uno puede identificar, los vasitos de papel, la calidad de la construcción, el cuero de los zapatos, los muebles, las plantas de plástico, las mascotas chiquitas.
Y más aún, es un todo que genera un estado de ánimo particular. La gente se concentra en el objetivo, olvidándose del resto. Parece que no, pero creo que está relacionado: Cuando la gente va a comer a un restaurant, la gente va a comer. El objetivo principal es la cena. Y eso es algo que me tomó un par de años entender. Vos sabés como es para nosotros: la gente va a juntarse en un lugar donde se come. El objetivo no es la cena, sino juntarse. Claro, comiendo bien siempre es mejor. Acá lo vés todo el tiempo: 1) el grupo llega bastante puntual, todos de distintos puntos y cada uno en un auto; 2) se juntan en la mesa que claramente estaba reservada desde hace varios días; 3) se saludan, y charlan 2-3 minutos antes de ver detalladamente el menú; 4) piden, y charlan un rato mientras esperan la comida; 5) la comida llega, en general después de una espera bastante corta; 6) se come, con distintos grados de charla, dependiendo del grupo; 7) se pide la cuenta y se paga, en general cada uno lo que consumió, no se divide; 8) la gente se despide y se va cada uno por su lado. Sin estirar la charla, sin sobremesas, sin cafecitos en otro lado. No es que siempre sea así, por supuesto, pero es una descripción de una reunión normal. Lo mismo pasa en las casas. Acá hay hora de llegada y hora de salida de las fiestas. Y se es puntual con ambas. Y cuando es una reunión, sin hora especificada de salida, la gente se va en masa después del postre. Lo único que hace falta es que se levante el primero, para iniciar una salida global. Te juro, se van TODOS. Al mismo tiempo. Increíble, pero es así.
En estas cosas pensaba ese domingo frío en el único café de Williamstown, MA. Seguramente la idea fue mutando en mi cabeza, porque creo que es inclusive del invierno (boreal) pasado. Por ahí me mande con una segunda parte, para decir todo lo que en realidad quise decir y no dije. Desarraigo, desinterés por ciertos detalles, incapacidad de generar lazos afectivos duraderos, diferencias fundamentales en el objetivo principal de una actividad social, como juntarse a cenar o tomar un café. Todo parte de un mismo fenómeno y que un día pensé que podía ser simbolizado por un café en un vasito de papel.

Ale

27 de febrero de 2009

Hola, qué tal por allá?

Por acá? Pfff... de maravilla. Por los putos trámites de residencia, permisos, visados... en cualquier momento me ven por BAires de nuevo. Y no es joda. :(

22 de febrero de 2009

Muchos domingos pienso en cosas que escribir, a veces surgen unas que extraño (bien) y hoy me topé con algo...

"...por un padre que nunca me reprimió ni me hirió fueron convirtiéndose lamentablemente en resignación y aceptación del inevitable parecido que había entre nosotros. Ahora, cuando refunfuño de algún imbécil, o protesto ante el camarero de un restaurante, o juego con mi labio superior, o arrincono determinados libros sin haberlos terminado, o beso a mi hija, o saco dinero del bolsillo, o saludo a alguien con actitud bromista y feliz, me descubro imitándole. No es que mis manos, mis brazos, mis muñecas o el lunar de mi espalda se parezcan a los suyos. Es algo que me asusta, (...) y me recuerda mis deseos infantiles de parecerme a él (...)"

-OHRAN PAMUK, "Otros colores", editorial Literatura Mondadori (2008), Barcelona, pág. 21.

A mi no me asusta, me enternece y estremece a la vez.

16 de febrero de 2009

Re: Caparros dixit

Me parece que la tendencia (universal) es mirar las pobrezas agenas y apenarse de ellas, para sentirse mejor con lo que uno tiene, o quiza, para no prestar atencion a las penurias propias.

Entonces los argentinos miraremos a los chicos africanos y diremos: "pobrecitos, voy a donar", Y sentados en el jardin de nuestra casa de barrio privado (no vaya a ser que algun chico que no es de nuestra clase o color pueda acercarse a la casa a querer jugar con nuestro hijo) enviaremos un cheque a alguna fundacion. Olvidandonos de nuestros chicos pobres, los mismos que viven en los barrios pobres justo afuera de nuestro barrio privado (esos que no queremos que jueguen con nuestro hijo), o los que viven en el norte del pais en condiciones sub-humanas.

Los españoles diran: "pobres los argentinos", olvidandose de que los salarios en España son de los mas bajos en la Union Europea. Los norteamericanos diran: "pobrecitos todos los que no son norteamericanos que no tienen nada, porque EEUU es el mejor pais del mundo", olvidandose de la gente en New Orleans que, mas de 5 años despues de Katrina siguen viviendo en trailers llenos de residuos quimicos (por supuesto proporcionados por el gobierno). Olvidandose tambien de los voluntarios que fueron a ayudar a desenterrar cuerpos cuando la caida del World Trade Center que, 8 años despues siguen sufriendo serios problemas respiratorios y no tienen asistencia del gobierno porque fueron voluntarios. Aun cuando el gobierno pidio la ayuda de voluntarios y cuando los voluntarios (y no voluntarios) quisieron usar barbijos o mascaras de oxigeno no los dejaron, asegurandoles que era totalmente seguro respirar el aire (en realidad lleno de asbestos y residuos quimicos) y les dijeron que no los usen porque no querian sembrar el panico. Mucho mas importante, olvidandose de quienes realmente estuvieron involucrados en el supuesto "ataque terrorista". Terrorismo fue, el tema es quienes fueron los terroristas. Olvidandose que el desempleo en EEUU ya alcanza las dos cifras (contando a la gente que ya no cobra seguro de desempleo, no porque consiguio trabajo, sino porque agoto el limite de dinero que podian recibir pero sigue sin trabajo).

Me parece que en lugar de mirar las penas ajenas deberiamos confrontar las propias y en lugar de hacer una donacion monetaria (la cual, todo el mundo sabe, no cambia nada) deberiamos pensar en que podemos hacer para conseguir un cambio de fondo. Las clases medias (en extincion) y bajas deberian unirse y luchar contra las clases altas, las elites politicas, cuya codicia y hambre de poder son los verdaderos culpables de los males antes mencionados. Poderosos, dueños de las telecomunicaciones, que llenan las noticias con boludeces hollywoodenses para que las barbaridades que hacen (ellos y sus amigos en el poder) pasen desapercibidas. Pero quien tiene tiempo de pensar en la sesion a puertas cerradas que el congreso estadounidense tuvo a principios del 2008 en la cual (segun informacion filtrada posteriormente) se discutieron la inminente caida del dolar y la posibilidad de implementacion de "Martial Law" (Ley marcial: supresion de los derechos y garantias individuales de los ciudadanos, gobierno militarizado, etc) Quien tiene tiempo de pensar en las empresas de telecomunicaciones entregando records de nuestras llamadas telefonicas e emails al gobierno. Invasion a la privacidad, totalmente anticonstitucional. Anticonstitucional dije? Que es eso? Que es la Constitucion? Quien tiene tiempo de recordar la respuesta a esa pregunta cuando Angelina Jolie esta embarazada por decima quinta vez? Sera nena? Sera varon? A que pais del tercer mundo ira a parir esta vez? Esas son las preguntas que nos hacemos. Y despues vamos y votamos a los mismos crapulas que perpetuan la extrema diferencia de clases y el genocidio de la clase media. Que fiasco.

Asi que les digo a aquellos que van a estereotipar o a fijarse en las penurias agenas: "miren para adentro y traten de poner su grano de arena para solucionar las propias, las de nuestros propios paises. Tiren la television por la ventana. No crean nada de lo que ven en CNN o Fox o en cualquier otro medio masivo, soporten la prensa independiente (si es que todavia queda alguna). Lo mas importante de todo, dejemos de culpar a los demas por nuestros problemas."

En particular a los paises con mayor afluencia de inmigracion les digo: "dejemos de culpar a los inmigrantes por nuestras penurias. No nos olvidemos que, por lo menos en el caso de los argentinos, los que emigran a España son los nietos, biznietos y tataranietos de aquellos mismos españoles que huyendo, algunos de la miseria de posguerra otros de los horrores de Franco, llegaron al Rio de la Plata en busca de oportunidades, en busca de una mejor vida para sus hijos, nietos y biznietos. Esos mismos que ahora vuelven a la madre patria en busca de las mismas oportunidades que buscaban sus antepasados. Bah, que al final somos todos primos. Todo en familia, y como buena familia disfuncional nos echamos la culpa mutuamente".

Ni para que mencionar a los colonizadores españoles, entre otros, que cambiando espejitos por oro devastaron la riqueza natural de sudamerica. O como creen que esa realeza, que todavia siguen teniendo, ensancho sus arcas a partir de fines del siglo XV? Y ahi esta la realeza, todavia disfrutando de los dividendos, pero a esos no se les echa la culpa, ah no, a esos se les besa la mano.

Miremos para adentro, asumamos responsabilidades, dejemos la boludez de lado, activemos la neurona y acusemos a los verdaderos culpables: los malos gobiernos y las elites politicas y sociales que abusan sin ton ni son de los trabajadores de las otras clases.

Joder, que la tia argentina se puso seria.

Besos para tutti.

(perdon por la falta de acentos, tengo un teclado yanqui)

13 de febrero de 2009

Caparros dixit

En Crítica lo pueden ver en la versión digital; igualito que acá, pero con comentarios de lectores que, obviamente, se putean entre sí. Es un texto que refiere a nuestra pobreza, sí la de Argentina, a su deriva, etc. Pero lo hace a partir del trato que recibimos en España. Me pareció, entonces, que venía al caso compartirlo. Un hallazgo las citas de Sarmiento (claro en mi mar de ignorancia habrá muchos tesoros hallables con sólo ponerse a leer). A propósito, en qué texto las encontraré? Alguien sabe?

Bueno, ahí va:

Soy español. Tengo documento español, mi padre fue español, viví en España muchos años, publico mis libros en editoriales españolas. Soy español y soy más argentino –para los españoles soy claramente un argentino–, y nunca entendí bien la relación entre nosotros y el día en que por fin me pareció que entendía algo estaba muy cansado. Corría el año inverosímil 2002, yo había llegado a Madrid dos o tres horas antes y mi primera reacción cuando vi aquel cartel fue una que me conozco bien: ufa, otra vez sopa. El cartel estaba pegado en la vidriera de una farmacia de la Puerta del Sol: en el cartel se veía la foto de un chico famélico oscurito con la barriga hinchada y yo pensé claro, el clásico mangazo para Haití, Burundi o Bangla Desh. Es lo que siempre hacen en estos países ricos: lavarse la conciencia tirando alguna miga a lo peor del Tercer Mundo. Yo ya sabía y no necesitaba saber más, hasta que –casi sin darme cuenta– lo leí: “Millones de niños argentinos sufren hambre”, decía el cartel. “Ayúdenos.” Fue un golpe: una confirmación. Esas cosas que uno sabe sin querer saberlas. Los españoles habían encontrado, por fin, después de tanto tiempo, el cajón donde ponernos.

Fuimos difíciles. Durante casi dos siglos fuimos tan difíciles. Después de la famosa independencia a nadie se le ocurrió deshacerse de los españoles con tanta furia hispánica como a nosotros, hijos réprobos. Mientras mexicanos, peruanos, colombianos se peleaban por ver quién hablaba mejor el castellano y corría con más valor los toros bravos, Sarmiento construía una idea de la Argentina basada en que había que rechazar a esos “bárbaros” culpables de todos nuestros males. “He venido a España con el santo propósito de levantarle el proceso verbal, para fundar una acusación, que, como fiscal reconocido ya, tengo de hacerla ante el tribunal de la opinión en América”, escribió don Domingo cuando llegó en su Viaje, 1846. Y, después: “Allá no leemos libros españoles: como ustedes no tienen autores, ni escritores, ni sabios, ni economistas, ni políticos, ni historiadores, ni cosa que lo valga. (…) En la imaginación española no entra el progreso rápido, súbito, que transforma en los Estados Unidos un bosque en una capital. Lo que antes fue, será siempre: el rey y la república, la libertad y el despotismo, todos pueden pasar sobre los pueblos españoles, sin cambiarles la fisonomía árabe, berberisca, estereotipada indeleblemente”.

Aceptamos el mandato sarmientino: lo hispano era lo arcaico, la Inquisición, la violencia caudilla, y dejarlo atrás nos permitiría ser un país próspero y moderno. Para el primer centenario, el país rebosaba de dineros ingleses, tilinguerías francesas, tanos chantas y gallegos brutos. La Infanta que llegó a visitarnos decepcionó, como es fama, a la buena sociedad porteña, socarrona de escucharla hablar “con el mismo acento que un portero”. Pero vinieron, aún, tiempos peores; a mediados del siglo pasado España se convirtió, Franco y su dios mediante, en ese lugar oscurantista y desolado donde Juan Perón tenía que mandar a su señora con carradas de trigo para paliar el hambre, donde coger no era pecado sino milagro, donde se prohibían los libros que nosotros sí podíamos leer, donde profesionales e intelectuales como mi abuelo Antonio tenían que escaparse. Y así fue, todavía en ese espíritu, atemperado por un poco de Saura y de Serrat y Goytisolo y Paco Ibáñez, que muchos llegamos a Madrid y Barcelona cuando nos corrió la dictadura. Fuimos, otra vez, difíciles.

–Cuando yo tenía veinte años erais terribles. Insoportables.

Me dijo muchos años después un madrileño de cuarenta y tantos, productor de tevé, hablando de esos tiempos:

–Te metías en cualquier discoteca y siempre había un argentino acodado en la barra con la cabeza gacha, cara de tango medio rubia que ponía voz profunda y le contaba a la mejor chica que había tenido que dejar su país por la represión y que estaba solo y extrañaba tanto… Y así se las llevaban todas. ¿Yo qué les iba a contar? ¿Que mi madre no me dejaba llegar tarde a casa?

Es un ejemplo y era, entonces, la envidia. Llegamos asustados, reactivos, y nos dedicamos a mostrarles lo vivísimos que éramos. En esos días los españoles no sabían qué hacer con nosotros: nos querían un poco, nos envidiaban algo, nos odiaron. Empezaban a ser ricos, se las pelaban por volverse uropeos y modernos, y les pateaba el hígado esa manga de psicólogos periodistas publicistas y otros farabutes entrenados que llegaban a decirles que les faltaba mucho –pero les pedían, al mismo tiempo, comprensión y ayuda. Fue tormentoso: de esos años quedó la palabra “sudacas”. Después, con el tiempo, llegaron otros argentinos, sin conflictos de libertad sino de plata. España ya había terminado de volverse rica y supercool y se llenó de todo tipo de inmigrantes y la inmigración se convirtió en una de las preocupaciones principales de la gente de bien.

–Pero no es con vosotros, no me malinterpretes. No, con los argentinos no va la cosa.

Me tranquilizó otro amigo madrileño hace muy poco:

–El problema son los africanos. Vosotros sois como nosotros, podéis adaptaros perfectamente a nuestras costumbres. Yo respeto a los musulmanes, claro que los respeto, pero lo cierto es que aquí no pintan nada, no hay modo de integrarlos, no quieren.

Fuimos, entre tanto migrante, un mal menor –que ahora, con la crisis, puede agrandarse mucho. Pero, sobre todo, el cambio en las relaciones llegó porque pasó lo que pasó: se nos notó cada vez más el fracaso espantoso.

–Lo que yo nunca he entendido es cómo a un sitio con tantas riquezas le puede ir tan mal.

Te dicen en España todos todo el tiempo, y decidieron que ya no tenían que darnos un trato demasiado especial: que podían sacudirse los complejos, que éramos, al fin y al cabo, los ciudadanos de un país pobre que a veces pedían socorro para no pasar hambre y habían entregado la mitad de sus bienes a empresas españolas porque nunca aprendieron a arreglárselas solos.

Lo cual se hace más que evidente cuando nuestra presidenta va a en visita de Estado y se viste de estado para comer con sus reyes y jefes y nadie cuenta que se hayan discutido las exportaciones de dulce de batata ni los derechos de los productores de soja argentinos en Segovia ni los accionistas chaqueños del Banco de Bilbao. Los gobiernos argentinos hablan con los españoles para rendir cuentas sobre nuestros aviones, teléfonos, petróleos, gases, bancos, autopistas que están acá pero son de allá: los mecanismos que hacen que España tenga poder y dinero en la Argentina y que, sobre todo, haya encontrado la forma de tratarnos: como al hijo fracasado del marido, con el amor de la madrastra que temió la competencia y descubrió por fin que no la había, que alcanza con tolerarle algunos desarreglos. Ahora saben qué hacer con nosotros, no nos envidian, no nos odian: somos pobres, perdimos, jugamos en tercera. La compasión –la forma civilizada del desprecio– es garantía de amores muy feraces, facilitos. Ya la hemos conseguido: no era fácil. Y ellos, encima, la gozan, la bordan, la hacen plata

10 de febrero de 2009

Gris

Hoy en Buenos Aires es un día gris. De esos que hacen pensar que el gris llegó para quedarse. Además, llueve. Y Bastante. Obviamente el clima invita a meterse en la cama y poner alguna película vieja, comer algún chocolate, definitivamente trabajar aparece como una tarea forzada en un clima así. Si el cielo descarga y se desinfla, ¿por qué uno debe permanecer concentrado y productivo, en lugar de desinflarse también y dejarse llevar por el sueño?
Sin respuesta para mi pregunta, la lluvia —en rigor, el olor a lluvia y el aire viciado, pesado, denso, que anuncian su llegada— me tomó por sorpresa saliendo de una delegación de la AFIP (esto es, la agencia de recaudación fiscal de la Argentina), cerca de Plaza Constitución (que es uno de los más importantes nudos de comunicaciones de la Ciudad y, también, uno de los barrios más sórdidos). Gris con gris, con más gris.
Sí, los avatares de la profesión me llevaron a presenciar la desintervención de documentación previamente secuestrada en un allanamiento (se llama desintervención a la apertura de cajas llenas de papelitos). Las hojas de cada carpeta o bloque, son numeradas correlativamente (foliadas) con un sello de la repartición; luego cada una de las miles de hojas es firmada por un funcionario, uno de los testigos presentes (incrédulos, claro) y el abogado que, en general, detecta algunas omisiones que son llenadas con sendos bises.
Hoy se terminó (suspendió, en rigor) medianamente temprano, habrá que volver, parece. Y en plena vuelta la lluvia se desató. Así que aquí estoy, en mi escritorio, viendo la 9 de julio mojada y los autos con luces encendidas en pleno día, que parece tarde-noche. Los pies algo húmedos y la sensación de hormigueo en la garganta, se alivianan con un mate amargo y caliente. Pero todavía hay que escribir y preparar la audiencia de mañana; no el post de hoy. Para colmo, está la certeza de que al volver a casa no habrá teléfono de línea (por la lluvia, claro, ya es un clásico), ni un humano al que explicarle que cada vez que llueve… En fin, disfruten del color que les toque por allá. A mi, pese a todo, este gris que exacerba los olores de fritanga de los bares de Constitución, que inunda los bajo baldosas, que retrotrae a Juan B. Justo a tiempos en que era el arroyo Maldonado, me gusta bastante (aunque me quite el telefóno).

9 de febrero de 2009

Basta de alfajores!!!!!!

Hola!
Es un poco raro esto de escribir en un blog.... tampoco me gusta eso de que cualquiera pueda leer lo que uno escribe.
En fin, no se me ocurre que comentar pero el otro dia nos paso algo gracioso. Mi mama me mando unos documentos por fedex y como no estaba en casa cuando vinieron a entregarlos fui a la salida del trabajo a buscarlos en persona. Mientras esperaba a que la Sra empleada encuentre mi sobre una chica de unos 30 anos (noten por favor el uso de la palabra "chica") se pone a llenar un formulario para realizar un envio. Luego de unos minutos levanta la mirada y se dirige a la empleada que estaba buscando mi sobre y le pregunta: "Cuenta Canada como un pais extranjero?"
Con Ale nos miramos pensando que no habiamos entendido lo que habiamos escuchado.
Saludos!
Bibi

8 de febrero de 2009

Primer Reporte desde Bs.As.

(que es mejor, claro, que llamarlo ¨Comunicado No. 1¨)

Ante la ausencia de inspiración para escribir algo ocurrente, un post digno, sólo me queda hacer mi debut blogero con el siguiente desafío: a ver quién se anima con la preparación casera tomada de la web ...

Ingredientes:
½ kg. de harina preparada o leudante
4 cucharadas de azúcar en polvo o finita
¼ kg. de manteca o margarina
4 cucharadas de líquido (2 de leche y dos de agua)
1 yema.
Relleno:
¼ kg. dulce de leche
Baño:
150 gr. de cobertura de chocolate bitter.
Preparación:
Colocar en un tazón o bowl la harina cernida o tamizada con el azúcar en polvo, agregar la margarina o manteca, hacer un arenado con la ayuda de un tenedor, hacer un hoyito en el centro agregar el líquido y la yema, amasar muy suavemente hasta tener una masa uniforme, envolver en papel film o bolsita plática y refrigerar por media hora.
Retirar del frío, enharinar la mesa, extender la masa y con la ayuda de un rodillo o palote estirarla, luego proceder a cortar los discos con la ayuda de un cortador redondo o de la forma deseada.
Colocar en una placa y llevar a horno precalentado a 150° C por 15 minutos.
Retirar de horno, dejar enfriar y proceder a rellenarlos con majarblanco o dulce de leche, lo puedes hacer con manga y boquilla redonda o untarlo con un cuchillo, luego se le coloca la otra tapita encima.
Para bañarlos con chocolate, debes derretir la cobertura a baño maría colocas los alfajores sobre una rejilla o sobre papel manteca (o grasa) y los bañas con la cobertura templada, dejar enfriar a temperatura ambiente, no refrigerar.
Se aguardan noticias sobre la experimentación culinaria.

Ah, sobre Helena, Ale, sólo te diré que está muy bien y muy linda, para más info, deberás bucear por you tube (algo colgado hay), conectarte de forma más personal con su padre (léase entrar más seguido al Skype), etc.

7 de febrero de 2009

En qué zona horaria estás?

El otro día llamé a mi viejo por su cumple, es el día 30 y quise ser la primera en decírselo -lo extraño horrores-. Le preparé una sorpresa, algo inmediato porque me agarró justo en el medio del comienzo de clases y armando la casa, pero bien sentido. No me olvidé ni un minuto de su cumple y esa noche tu tu tu tu prendí el skype, lo llamé y me mandó a la mierda -en broma claro- porque todavía no era su cumpleaños, allá era 29 de enero.
De esto me acordé porque andaba configurando estos detalles del blog, como por ejemplo: que cuantos post por página, que qué color el título, quería ponerle un poco más de vida hasta que llegué a una encrucijada: ¿en qué zona horaria estás para publicar la hora y la fecha de los textos?

Por mayoría deberíamos poner Baires (GMT -3)... por lejanía sería NY (GMT -5)?... por ser la más norte sería Albany (GMT -5)?... porque soy la que anda toqueteando esto sería Madrid (GMT +1)?

Votemos.

6 de febrero de 2009

Carpe Diem#

Yo sigo probando, acá. No hay demasiado feedback por ahora, pero ya me haré famoso.

Y se me ocurrió contar esta anécdota, que bien puede servir como consejo para los que recién aterrizan en suelo extranjero*. Resulta que todo argentino** que se precie de tal o que al menos retenga ciertas costumbres mínimas, al volverse de Buenos Aires*** se lleva una o más cajas de alfajores****. Havanna, en general, pero la marca no es relevante. En nuestro caso, si, fue una caja de Havanna de 12 alfajores, 6 de chocolate y 6 de dulce de leche*****. Nos trajimos más de una caja, pero las repartimos. Havannets, galletitas de limón (repartimos las comunes, pero nos quedamos con una caja de las cubiertas con chocolate), etc. Te traés esos alfajores porque claro, como bien leyeron más arriba (en el título del blog), siempre te puede agarrar esa sensación de que querés un alfajor y sí, acá te van a faltar. Entonces te traés la caja, y la guardás con cariño arriba de la heladera. Y a la semana, te comés el primero. O el segundo. Y después pensás en cuánto te falta para volver a Buenos Aires***(bis) y te agarra el miedo de que los alfajores no alcancen. No duren lo suficiente. Y entonces empezás a cuidarlos, a mimarlos. Y no los tocás. Nos pasó un poco eso. Un poco demasiado******. Y nos olvidamos de la caja de alfajores y nosotros seguimos viviendo. Y la verdad es que mientras no vimos la caja, mucha necesidad de alfajores no tuvimos. Y pasaron los meses. Varios meses. Acá no es como allá, ¿viste? Acá el clima es seco. Dejás un paquete de criollitas abierto y te lo podés mandar al día siguiente tranquilo, sin que parezca que se te cayeron a la pileta. Te las podés mandar a la semana y siguen estando bien. Porque es seco. Para las galletitas es una ventaja, pero cuando se trata de alfajores, y encima alfajores que estuvieron más de la cuenta arriba de una heladera, la cosa cambia. El tema es que un día me acordé de los alfajores y enseguida me antojé de uno. Abrí la caja y ví que quedaban unos cuatro o cinco. Abrí un "plateado" y lo mordí. Una decepción que ni te cuento. Duro, el hijo de puta! Una piedra. Y sin gusto a nada, como si estuviera comiendo telgopor. Telgopor duro, claro. Y así es como llego al punto, finalmente. Deberíamos haberlos disfrutado mientras podíamos. Los guardamos como unos avaros y nos quedamos sin alfajores. Porque lo que teníamos en la caja ya no podía llamarse alfajor. A lo sumo eran alfajores embalsamados, momias de alfajor. La moraleja, entonces, vendría a ser carpe alfajorem. Mientras puedas.
Ale.

# Ya llegaremos al punto, un poco de paciencia.
* como ser, por ejemplo, la artífice misma de este blog.
** o argentina, claro está, porque no es una anécdota machista ni mucho menos
*** o de donde se le haya ocurrido visitar, porque tampoco nos vamos a considerar TAN unitarios, che,
**** artículo que, claramente, elimina por la raíz misma cualquier comentario acerca de la irrelevancia de esta anécdota en un blog intitulado "alfajor en falta". Prometo que ya llegaremos al punto, un poquito más de paciencia.
***(bis) o a donde se le haya ocurrido visitar, porque tampoco nos vamos a considerar TAN unitarios, che,
***** Siempre me pregunté por qué se les llamaban alfajores de dulce de leche, si todos tienen la misma cantidad de dulce. La diferencia está más bien en la cobertura, que es chocolate o azúcar impalpable, pero se los llaman "de chocolate" o "de dulce de leche", nunca "de azúcar impalpable". Por supuesto, siempre los podemos llamar "dorado" y "plateado", por motivos que, si desconocen, entonces no tiene sentido que sigan leyendo. El tema es que
****** También nos pasó con dos potes de dulce de leche La Serenísima, que resultó que se nos vencieron como un año antes de que se nos ocurra abrirlos.

5 de febrero de 2009

Como que no hay intimidad?

Como? No hay que estar en la lista VIP para leer el blog? Yo que me sentia tan importante..... :o(
Me gusta muuuuuucho mas la foto del alfajor de chocolate.
Besos.
Mer.

Vamos sumando

Llamémoslo prueba. O intento.

O resignación.
Escribir en un blog era para mí tan intrascendente como tener una cuenta en Facebook. Y aca estoy, escribiendo en este blog. Con Facebook ya había claudicado tiempo antes.
La sensación es bastante distinta a escribir un mail en el que nos respondemos todos a todos. Acá esto lo puede leer cualquiera. La intimidad está quebrada. Es una carta abierta (que, ya sé, sólo unos pocos estarán interesados en leer).

Ya la seguiré. Nada de alfajores en mi primer post. Besos a todos.

Ale.

25 de enero de 2009

hola, qué alfajor te falta?

1, 2, 3 probando desde el otro lado del océano.
en cualquier momento esto empieza, estén atentos.